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martes, 14 de noviembre de 2017

Miguel Hernández, poeta en el cómic (1/3): Me llamo barro


Con motivo de la celebración del IV Congreso Internacional "Miguel Hernández, poeta en el mundo" en Alicante y Orihuela del 15 al 18 de este mes, en este vuestro blog dedicamos tres entradas consecutivas a otros tantos cómics centrados en la figura y la obra del poeta oriolano.




Estos tres títulos son Me llamo barro de Pedro F. Navarro y Miguel Ángel Díez, Miguel Hernández. La fontana eterna de Román López Cabrera, y La voz que no cesa. Vida de Miguel Hernández de Ramón Pereira y Ramón Boldú. Tres obras, todas ellas muy recomendables, que comentaremos en orden cronológico según la fecha de publicación.




En el año 2010 se cumplía el centenario del nacimiento del poeta oriolano Miguel Hernández (1910-1942), y para conmemorar esta efeméride se llevaron a cabo diversas actividades, varias de ellas vinculadas al noveno arte. En este ámbito, la más significativa fue la publicación de Me llamo barro, un trabajo de encargo que el malogrado editor Paco Camarasa confió a una pareja de autores, Pedro F. Navarro y Miguel Ángel Díez, que lo hicieron suyo y acabaron dando forma a una obra personal y auténtica, lejos de las convenciones comerciales y otras pleitesías seudoartísticas.




La aproximación que Navarro y Díez ofrecen en las páginas de Me llamo barro es la de un relato biográfico, no exhaustivo pero sí bastante completo: se recoge del nacimiento a la muerte del poeta, haciendo hincapié en los hitos más significativos de su recorrido vital... Su infancia difícil, su formación y consolidación como poeta, sus viajes a Madrid y las consiguientes relaciones con el microcosmos artístico e intelectual de la época, el estallido de la Guerra Civil y su penosa etapa encerrado entre los muros de diversas prisiones.


Pedro F. Navarro y Miguel Ángel Díez


No obstante, lejos de recurrir a la figura de un narrador impersonal y omnisciente, los autores recuperan la figura del escritor sevillano y Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre, el que fuera amigo personal de Miguel Hernández durante buena parte de su vida, y que aquí rememora desde su senectud la presencia de su colega fallecido realizando una serie de calas en su devenir biográfico. Por supuesto, y al margen de que el triste final del protagonista sea de dominio público, el hecho de construir la historia desde un presente (que para el lector ya es también pasado, aunque menos remoto) en el que Hernández ya no está, confiere a la obra un poderoso hálito de melancolía y un sentimiento de tristeza ante una conclusión dramática pero inevitable.




Al margen del relato per se, lo que más llama la atención es el diseño conceptual (y por extensión editorial) de la obra: renunciando a la habitual amalgama de viñetas por plancha, cada página incluye una única ilustración y una cartela superior con los recuerdos de Aleixandre hechos texto, al estilo de las aleluyas en las que muchos teóricos han querido ver uno de los antepasados más obvios del cómic... y posiblemente no muy distintas de las propias "historietas" que alguna vez realizó Miguel Hernández y que recitaba, a modo de romances de ciego, en las calles de Madrid para tratar de difundir sus versos. Solo en algunas ocasiones Navarro recurre a otro de los rasgos distintivos del medio, el bocadillo o globo, para introducir en la narración algún diálogo puntual del protagonista o de otros personajes secundarios del relato.




Esta osada decisión por parte de los autores, junto con el -por otra parte, excelente- estilo gráfico de Miguel Ángel Díez (que recurre aquí a un dibujo en color pero siempre de tonos apagados y donde imperan, además del blanco y negro, el gris y el marrón tierra), fue quizá la que acabó provocando, a decir del propio guionista, que la recepción de la obra no fuese todo lo satisfactoria que debiera haber sido, sobre todo teniendo en cuenta las indiscutibles excelencias de las que hace gala y que se sumaron a la celebración del centenario del autor de El rayo que no cesa: en su momento, Me llamo barro fue percibido por buena parte del que habría sido su público potencial como un álbum ilustrado para adultos, aunque la concepción narrativa del relato y el ya indicado empleo de bocadillos para los diálogos lo acreditan como un cómic con todas las de la ley. Un cómic, sobra decirlo, que merecía más suerte de la que tuvo (comercial, que no crítica, pues esta fue más que positiva), y que por tanto merece recuperarse ahora sin necesidad de celebraciones que lo justifiquen.




Título: Me llamo barro
Autores: Pedro F. Navarro (guion) / Miguel Ángel Díez (dibujo)
Editorial: Edicions de Ponent
Fecha de edición: noviembre de 2010 [descatalogado]
80 pp. (color) - 20 €

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